miércoles, 9 de septiembre de 2015

1. Me ha tocao la china.

-Nos hemos quedado sin leche.

Perfecto. El comentario de mi mujer tras emerger del dormitorio oscurecido de los niños ha sido lo que me faltaba para completar el día. El trabajo agotador, la casa patas arriba, recién llegados de vacaciones, y ahora, cuando son más de las doce de la noche, resulta que...

-Hay que ir a comprar algo de leche o mañana aquí no puede desayunar nadie, ni nosotros ni los peques.

Mi mujer, aún hablando en indefinido, ha dejado muy claro quién tenía que salir a comprar. Ella estaba en pijama y yo no.

He bajado a la calle en pantalón corto y chanclas: todo oscuro y fresco, solitario, en día laborable lo único que se ve a esta hora en el barrio es el señor que saca al perro a mear o la chavala que vuelve del trabajo caminando precavida desde el metro.

Y por supuesto, casi todas las tiendas de chinos, cerradas. Repaso mentalmente el mapa de tiendas que me suenan y decido una ruta para las cuatro más cercanas. Cerrada. Cerrada. Caramba, en aquella hay luz.

La china tras el mostrador es amable y habla poco español. Sonrisa constante. Me choca su risita, parece de parodia. "He he he he he" como un señor Miyagi o maestro de kung-fu de película.

-Quería un par de cartones de leche -digo- pero no el paquete de 6. ¿Puedo... ?

Se acerca y me ayuda sonriente a abrir la caja de 6.
-Sí, puedes, hee hee hee hee, está duro, abrir caja.

Nuestros dedos se rozan al pugnar por romper el plástico. Los suyos son cálidos y muy suaves. Seguro que ella también opina algo de los míos. Ríe de nuevo. Finalmente sacamos los briks.

-También quería alguno de desnatada -recuerdo entonces. Vaya, hay que abrir otro paquete de 6.

-Hee hee -ríe canturreando mientras de nuevo la ayudo a abrirlo, y mezclo mis dedos con los suyos. Esta vez lo he hecho aposta. Me gusta lo cálidos que son, lo confieso. Lo suaves.

¿La estaré avergonzando?, pienso al pagar, ¿o se habrá reído porque le gustaba la sensación?

Salgo de la tienda con mi bolsa con la leche. Vuelvo la mirada al rectángulo iluminado de su puerta; ella sigue allí, observándome unos instantes.

Después vuelve a su trabajo, y yo a la noche y a mi hogar.

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