martes, 24 de enero de 2017

7. He vuelto

He pasado un año alejado de todo esto. Se volvió demasiado peligroso y elegir dejar de escribir sobre ello. Tuve miedo de que salpicase a la gente que quiero. Pero ahora que el Dragón Dorado ha sido derrotado para siempre, puedo contar lo que me pasó.

Todo comenzó con Antonio y el chino hosco, y la situación insostenible en la que me pusieron.

Supongo que debería empezar desde el principio y no dejarme nada.

Así, en caso de que me pase algo, todos sabrán el secreto de Antonio. Es mi póliza de seguro. Esto va por ti, Konstantin, y los tuyos.

Comencemos...


miércoles, 11 de noviembre de 2015

6. Todo va bien, en serio

Hay quien me ha preguntado en diversos medios, a raíz de leer mis cosillas en este blog, si existe algún problema en la relación entre mi mujer y yo. No veo por qué habría de haberlo, les contesto siempre. Nuestra familia es feliz y bien avenida, con dos niños que crecen felices e inteligentes, y ella me tiene feliz e ilusionado como un adolescente. Es cierto que a veces tiene un carácter algo cortante, como corresponde a sus orígenes del Norte.

-Mira, como estás cansada del trabajo, te he frito un huevo para cenar. La pena es que se ha roto la yema, pero...
-Esta mierda te la comes tú, y a mí me fríes otro bien hecho.

Su humor es a veces difícil de entender por el observador extraño a nuestra unidad familiar. Quizás sea debido a su afición a jugar al mus después del trabajo en tugurios de barrios marginales, rodeada de hombres fornidos que fuman mucho y gritan "envido, cagonlapús"; es normal que su sentido de la etiqueta se vea, inevitablemente, influenciado.

-Este melón está asqueroso y sabe a patata. ¿A que no te importa comértelo tú mientras yo me como estas uvas tan ricas? Si tú no tienes paladar, total.

Pero debajo de esas frases tan aparentemente toscas, su amor hacia mí es inquebrantable y me apoya al máximo.

-Acabo de leer tu borrador de la novela de Hitler(*) del año pasado (sí, no me mires así, he tardado un año, qué pasa); estás como una maldita cabra.

Nada de esto tiene que ver, por tanto, con mis sentimientos encontrados acerca de la china de manos suaves como la seda y mirada dulce e intensa a la vez, y carácter hogareño y al tiempo peligroso y exóticamente desconocido y letal. En realidad no es sólo ella, yo no evito el contacto físico con otras personas, es decir, si alguien por la calle me roza al pasar, no me aparto con asco como si tuviera el Ébola. Es normal rozarse en una ciudad de cuatro millones de habitantes. Esto, claro, puede llevar a confusión acerca de mis intenciones. Como una vez comenté con un compañero de trabajo,

-Pues si una chica - le expliqué-, digamos en el metro, se agarra a la barra para no caerse y roza mi mano al hacerlo, yo no me aparto, ¿por qué iba a hacerlo? Es sólo su mano.
-Ah, entonces tú eres de ésos -aulló en medio de la oficina- que disfruta sobando a las mujeres en el metro ¿¡verdad!?

(Ninguna de mis compañeras de trabajo ha querido montar en metro conmigo desde entonces)

El caso es que, por algún motivo, sigo pensando en la china. Aunque esté convencido de que es una jefa de una organización criminal china que tiene a sueldo a asesinos trabajando en tiendas de alimentación como tapadera, y que usan códigos secretos entre ellos, (esta es mi hipótesis de trabajo actual) no puedo evitar seguir pensando en sus manos. Sus dedos suaves como una mañana de primavera el día de la floración del almendro.

Estoy pensando en volver a su tienda y afrontar las consecuencias. Comprar un paquete de leche y... que pase lo que tenga que pasar.

Es que echo de menos sus manos.
No sé si lo he dicho ya.

(*) sí, ya sabéis que he escrito una novela sobre Hitler. ¡Es super divertida!

miércoles, 28 de octubre de 2015

5. Me cae mal.

Anoche fui a comprar al supermercado del barrio y me pasó una cosa.

Estaba en la caja antes de pagar, cuando en un momento dado percibo que mi carrito ha desaparecido de mi lado como de forma paranormal. Cuando me vuelvo a buscarlo, encuentro que detrás de mí está la rampa que da a las puertas de la calle, y que mi carrito ha decidido emprender el camino a casa él solo, acelerando hacia las puertas automáticas, guiado por la gravedad. Con tan sólo unos segundos antes de que mi carrito salga a la acera, caiga a la avenida (pasan autobuses) y desparrame mis compras por la calzada, pronuncio un sonoro "¡COOOOOÑO!" y emprendo el rescate a la desesperada. Lo consigo salvar in extremis  (iba lleno de comida y la inercia era considerable) y lo empujo de vuelta a la caja,... ante las miradas de cachondeo de once personas.

Cuento esto para que veáis que las cosas que me pasan no son del todo normales; no son sacadas de una desnortada mente llena de fantasías, sino que algunas veces ocurren y hay que aceptarlas.

-Eres la tercera persona a la que le pasa -rió la cajera, quitandole importancia. Me fijo, avergonzado, en la gente de la cola, entretenidos conmigo... y entonces distingo una cara familiar. Un hombre de mirada severa como un samurai. Sí, amigos, era Juanpi, el Chino Hosco.

Me arriesgo a confundirle con mis compañeros de curro Juanpe y Juanmi, pero es que es así como se llama: Juanpi. O al menos así le llamó el tipo que entró en su tiendita el domingo noche mientras yo buscaba esmalte de uñas por los atestados estantes.

-Hey Juanpi ¿te queda pan? -había dicho el muchacho. Puede que fuera Huan Pei o Hwan Pie o Hua Ping, o algo así, pero fonéticamente era Juanpi total. Asi que tomé nota mental del nombre mientras buscaba posibles restos de cucarachas en aquel lugar. Dos días antes había visto un cartelito en la puerta:  clausurado por desinsectación. ¿Alguien habría visto algún insecto gigante finalmente allí dentro? Pero al día siguiente abrió de nuevo.

La verdad es que estoy venciendo mi resistencia a ir donde el chino Hosc... Juanpi, a pesar de los posibles insectos. Ir a ver a la china que me tocó es aun una fuente de estrés para mí,... sobre todo después de lo que pasó justo tras mencionar el chaval su nombre. Yo seguía allí a lo mío, y de repente entró mi china. Esto... la china del otro sitio. La que me tocó, vaya.

No me vio porque yo estaba tras unos estantes: se puso a hablar con Juanpi en su idioma. Intercambió unas palabras con él (no se reía tanto como conmigo, no pude evitar notar), y entonces... pareció agacharse a coger algo del suelo. Y ahí se desató la tormenta.

La china comenzó a echarle una bronca impresionante en chino por algo, no sabía por qué, yo no quería ni moverme de la estantería donde estaba. La chica agitaba en el aire como un papelito arrugado, quizás le recriminaba el tener papeles tirados por el suelo, aunque en mi opinion el tener un papelucho en el suelo era el menor de todos los problemas higiénicos de aquella tienda.

Entonces vi lo que era el papelito y me quedé helado.

En él estaba escrito: "me cae mal". 

Ese papel era mío. Debió caérseme al entrar en la tienda. Ya recordáis que hace semanas lo encontré tirado en Madrid Río y hasta puse su foto en Instagram y me inventé una tontería con él. 

No sé por qué ella se puso así, pero yo estaba acojonado, y Juanpi humillado, sin hablar. ¿Qué hacer? ¿Qué decir ante tal torrente de improperios en chino?

Finalmente... me decidí a salir e irme de allí. La situación era insoportable. Quizas, pensé, ella no se fije en mí.

Pasé por su lado murmurando "gracias, hasta luego". Ella se fijó. Se me quedo mirando con los ojos muy abiertos, en silencio. Cuando ya estuve en la calle, la oí seguir  discutiendo por el papel...

Después he pensado. ¿Quizás ella pensó que el papel era un insulto hacia ella,... o quizás era la dueña de ambas tiendas y el papel era un indicativo de poca limpieza, el chino hosco era su empleado y ella le echaba en cara su poca profesionalidad? ¿Quizás "me cae mal" en chino es una maldición ancestral, algo contra el feng shui, algo como "tu madre es un dragón gay"? ¿Qué?

Y... ¿por qué esa mirada hacia mí?

Bueno, de ahí mi sorpresa al ver que en la cola del super,  Juanpi (anteriormente conocido como el chino hosco) me lanzaba una breve y educada sonrisa, mientras yo acababa de cargar mi carrito.

Aunque por un instante vi en su mirada un destello de algo extraño que no supe identificar.

¿Burla?

Sabe quién soy.
Y sabe que el papel es mío.

lunes, 5 de octubre de 2015

4. Hey Mr. Policeman

Me he pasado el finde obsesionado con la china. Cuando mi mujer me decía que había que hacer compra, yo murmuraba de ir al Carrefour, aunque fuera para comprar dos barras de pan y un paquete de toallitas de culo. Todo con tal de no acercarme a 100 metros de la tienda de la antaño adorable china acariciadora de manos.

Y total ¿por qué? ¿Porque no he vuelto a ver a su marido desde hace días, y porque el suelo de su trastienda está manchado con un extraño líquido carmesí? Piensa, tío, podría ser perfectamente una botella de Sunny Delight sabor maracuyá con frutos del bosque o una mierda de esas que beben los niños. O tomate frito. Ella se había encogido de hombros y había sonreído como diciendo "bah, mi tienda es un asco, ya la limpiará mi marido cuando vuelva".

Cuando vuelva de la muerte, querrás decir, china criminal.

Ya estamos otra vez... Hay miles de explicaciones para ello, pero ya me conocéis: mi imaginación me lleva a sacar conclusiones de los hechos más disparatados e inconexos. Como aquel otro flipado ¿cómo se llamaba? No se qué Holmes, no caigo ahora mismo.

Total, que he estado todo el finde buscando en internet consejos sobre "cómo denunciar a una china asesina". Pero Google insistía en llevarme a páginas de forocoches con temas de lo más variados, o bien, cuando insistía en la palabra "denuncia" y "asesina", a la web de denuncias online de la Policía Nacional. Pero mira, que ni siquiera ahí era capaz de decidirme. Lo primero por volver a sentir que todo era una idiotez, y lo segundo, porque sabía perfectamente que si una patrulla de policía se deja caer por la tienda china y (por supuesto) no encuentra nada de nada, la china SABRÁ, porque lo SABRÁ, que fui yo el que "se fue de la muy", y una noche que salga a correr por el parque acabaré con una estrella de pinchos de kung-fu clavada en mi nuca. Un kindjal, o como se llame esa mierda de pinchos.

Hablando de correr, ayer estuve en una carrera que se celebró en Madrid con mis compañeros de trabajo, y lo pasé muy bien. Como ocurre en estos eventos, había agentes de policía allí haciendo demostraciones de perros policía, coches de policía, motos de policía y cosas de policía para disfrute de los niños. Pasando por allí se me ocurrió, así como de colegueo, acercarme a uno de los agentes que enseñaba a los peques a hacer sonar las sirenas, y decirle así confidencialmente:

"Bonita moto. Y dígame, una duda para un amigo, si has sido testigo de un crimen, qué conviene más: ¿callarse y dejar que surja la verdad con el tiempo, o decirlo y que nadie te crea?"

Pensé varias versiones de la pregunta, mientras merodeaba cada vez más nervioso, con mi niño de la mano, cerca de las motos y los dóbermans de los agentes. Uno de ellos comenzó a mirarme raro al cabo de varios minutos. Su perro, también. Decidí entonces que estaba resultando muy sospechoso, demasiado, y tomé el toro por los cuernos. Una decisión había que tomar. Así que di dos pasos firmes hacia el agente y le solté sin pensarlo más:

-¡Bonita moto!

Cuando yo me pongo, me pongo.

viernes, 2 de octubre de 2015

3. Galletas

El sábado salí a correr como tantas otras noches. Sí, soy un runner de pega, porque en seguida me canso y vuelvo andando a casa a los 3 kilómetros, pero al menos no tengo que mentir a mi doctora cuando me pregunta si "hago ejercicio regularmente". El caso es que anoche salí a correr en mi ruta habitual, y pasé por la larga calle donde La China Que Me Tocó tiene su tiendita. Mi casa está en la otra acera, pero... llámame curiosete, el caso es que quise cambiarme a la acera de la china para ver si podía verla, y si era el caso, cuál sería su estado de ánimo.

Me había acordado a veces de ella estos días, y había reflexionado lo dura que es la vida para los inmigrantes en un país lejano, especialmente si tu pareja es alguien que te pone la mano encima, y tú no dominas el idioma para desahogarte con nadie.

Había dos tumbonas colocadas en la acera, al lado de la puerta de la tienda, y ella estaba en una de ellas, mirando su móvil, con sus pies jugueteando distraídos con sus chanclas. La otra tumbona estaba vacía. Me detuve, pues, con la excusa de descansar de la carrera, y la saludé con la mano, no sin antes comprobar que el marido no estaba cerca. Se sorprendió ligeramente, pero luego me dirigió una cálida sonrisa.

-¡Hola! -dije tímidamente-, ¿tomando el fresco?
-Sí -rió ella encogiéndose de hombros y abanicándose teatralmente con la mano-, fresco, mucho calor dentro, uf, uf.
-Y -me aventuré a preguntar-, ¿estás bien?
-¡Muy bien, hee hee hee, toda muy bien, hee hee! -dijo ella igual de risueña que siempre.

Sabía que no había entendido el sentido de mi pregunta, así que adopté un tono confidencial, tras echar un rápido vistazo al interior de la tienda en busca del marido.
-Quiero decir -dije bajando un poco la voz-, si estás bien. El otro día... bueno... me pareció verte como preocupada, como...
-Oh -ella pareció entender entonces-. Todo bien. Estaba... bueno, fue difícil día. ¿Vas a comprar?

Estaba claro que no quería abordar el tema. Bueno, tanto mejor, la cosa había quedado olvidada. No podía decirle que no, así que dije que sí y entré a coger cualquier cosa que fuera necesaria para casa, unas galletas, lo que fuera. Para mi sorpresa, se levantó de la tumbona y entró conmigo. Se fue detrás de la caja mientras yo (solo, ay) buscaba una caja cualquiera de galletas de desayuno. Al ir a pagarlas me di cuenta de que, por supuesto, no llevaba dinero alguno en mi pantalón de deporte.

-Pues lo siento -dije bastante avergonzado-, siento haberte molestado. Mejor vuelvo mañana.

Ella ignoró mi excusa y metió la caja de galletas en una bolsa de plástico, que me entregó con una amplia sonrisa.

-Tú puedes pagar mañana.

Al ir a coger la bolsita nuestras manos se rozaron de nuevo, y esta vez no fue mi intención. Y para mi absoluta incredulidad, ella dejó la bolsa sobre el mostrador un instante, y se quedó con mi mano en la suya. Entrelazó sus suaves, cortos, delicados dedos con los míos, sin dejar de mirarme a los ojos, mientras mi corazón galopaba como si estuviera corriendo otra vez.

-Gracias por tú preocupar -dijo, y entonces me soltó suavemente y me entregó la bolsa. Miré, alerta, a mi alrededor, echando un ojo rápido a la trastienda.
Ella siguió mi mirada y adivinó, y se encogió de hombros despreocupada; murmuré un saludo y salí turbado de allí con mi bolsa con galletas.

Podría estar turbado por sus dulces dedos y su dulce voz, o por la explicación que iba a dar en casa cuando llegara 20 minutos tarde de mi carrera.
En realidad, me turbaba un poco más la enorme mancha de sangre que había visto en el suelo de la trastienda.
Fresca y brillante.

-Eh ¿qué tal? -me dijo mi mujer, que estaba viendo la tele, al verme llegar a casa de correr, agitado y con una caja de galletas-. Oye, tenemos cereales ya, ¿para qué compras...?
-Tengo un tirón, au -mascullé, escabulléndome al dormitorio. No estaba para dar explicaciones.

Me pasé la noche en vela.

viernes, 18 de septiembre de 2015

2. Alergia

Llevo unos días sin escribir: no tenía muchas novedades. El trabajo, la casa y los niños me han impedido acercarme más veces al chino y volver a ver a la simpática tendera. Bueno, en realidad, ayer mi mujer me encargó comprar pan a la vuelta del curro, y mi primer pensamiento fue acercarme a verla; pero ella insistió en que el pan debía comprarlo en el Chino Hosco, que estaba más rico.

El Chino Hosco es un chino situado delante de mi garaje, en dirección opuesta a la china del otro día. Es un local cochambroso y oscuro, como salido de un pueblo abandonado tras un holocausto zombi, donde las paredes y cristaleras están tapizados de carteles de helados de tres veranos atrás, descoloridos, y donde los personajes que promocionan el helado son actores/actrices de series ya canceladas.

El chino en cuestión se esconde en el rincón más oscuro del tenebroso local, tras un mostrador repleto de montañas de quién sabe qué, encorvado sobre un ordenador, siempre viendo con auriculares alguna telenovela o película incomprensible. Cuando le pido pan, el Chino Hosco se acerca de mala gana (a los 30 segundos), murmura algo sin mirarme a la cara, y me da el pan. Pedirle algo más complicado que "dos panes", como por ejemplo "¿tienes leche desnatada?" hace que te mire con más "hosquedad" y masculle "wan chao leche nya" o algo así, antes de volver a su rincón y a su telenovela.

Por eso ayer, a pesar de que mi mujer prefiere el pan del Hosco, pasé por delante sin detenerme y fui a comprar el pan a donde la China Que Me Tocó. Entré en la tiendita un poco nervioso, sin saber qué iba a ocurrir cuando me viera. Si es que se acordaba de mí, claro.

Estaba el marido. Me atendió amablemente, chapurreando un español bastante aceptable.

-Sí, tenemos pan, hecho ahora, cuidado quema.

Miré en torno mío por si la chica estaba por allí, mientras él metía las barras de pan en una bolsa. Finalmente, mientras ya estaba pagando, ella salió de la trastienda y fue a su marido a comentarle algo, pero se detuvo al verme. Le sonreí amablemente, intencionadamente. Ella, tímida de repente, desvió la mirada.

No pude evitar observar que tenía los ojos enrojecidos.

-Huy cómo tienes los ojos -comenté mientras me guardaba el cambio en el monedero-. ¿Conjuntivitis?
-Oh, alergia -dijo risueño el marido, mientras ella volvía a la trastienda sin mirarme-. ¡Muchas gracias, señor!

Ya había cometido ese mismo error hacía meses, haciendo el mismo comentario a una camarera del restaurante donde solía comer. Aquello no era alergia ni conjuntivitis, me dije ya en la calle, sino lágrimas.

Debí haber ido al Chino Hosco, ahora no tendría esta inquietud.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

1. Me ha tocao la china.

-Nos hemos quedado sin leche.

Perfecto. El comentario de mi mujer tras emerger del dormitorio oscurecido de los niños ha sido lo que me faltaba para completar el día. El trabajo agotador, la casa patas arriba, recién llegados de vacaciones, y ahora, cuando son más de las doce de la noche, resulta que...

-Hay que ir a comprar algo de leche o mañana aquí no puede desayunar nadie, ni nosotros ni los peques.

Mi mujer, aún hablando en indefinido, ha dejado muy claro quién tenía que salir a comprar. Ella estaba en pijama y yo no.

He bajado a la calle en pantalón corto y chanclas: todo oscuro y fresco, solitario, en día laborable lo único que se ve a esta hora en el barrio es el señor que saca al perro a mear o la chavala que vuelve del trabajo caminando precavida desde el metro.

Y por supuesto, casi todas las tiendas de chinos, cerradas. Repaso mentalmente el mapa de tiendas que me suenan y decido una ruta para las cuatro más cercanas. Cerrada. Cerrada. Caramba, en aquella hay luz.

La china tras el mostrador es amable y habla poco español. Sonrisa constante. Me choca su risita, parece de parodia. "He he he he he" como un señor Miyagi o maestro de kung-fu de película.

-Quería un par de cartones de leche -digo- pero no el paquete de 6. ¿Puedo... ?

Se acerca y me ayuda sonriente a abrir la caja de 6.
-Sí, puedes, hee hee hee hee, está duro, abrir caja.

Nuestros dedos se rozan al pugnar por romper el plástico. Los suyos son cálidos y muy suaves. Seguro que ella también opina algo de los míos. Ríe de nuevo. Finalmente sacamos los briks.

-También quería alguno de desnatada -recuerdo entonces. Vaya, hay que abrir otro paquete de 6.

-Hee hee -ríe canturreando mientras de nuevo la ayudo a abrirlo, y mezclo mis dedos con los suyos. Esta vez lo he hecho aposta. Me gusta lo cálidos que son, lo confieso. Lo suaves.

¿La estaré avergonzando?, pienso al pagar, ¿o se habrá reído porque le gustaba la sensación?

Salgo de la tienda con mi bolsa con la leche. Vuelvo la mirada al rectángulo iluminado de su puerta; ella sigue allí, observándome unos instantes.

Después vuelve a su trabajo, y yo a la noche y a mi hogar.